La osteoporosis es una enfermedad del esqueleto caracterizada por un descenso de la masa ósea, con un deterioro de la microarquitectura del tejido óseo y un aumento de la fragilidad de los huesos. Su manifestación clínica más característica es la fractura y las complicaciones que se derivan de ella.
Los tipos más comunes de Osteoporosis son:
– El tipo I, u osteoporosis asociada a la menopausia, que afecta a seis mujeres por cada hombre;
– El tipo II, la asociada con la edad, que afecta a personas mayores de 70 años con una relación mujer/ hombre de 2:1.
Entre los factores de riesgo que predisponen a su desarrollo destacan ser mujer posmenopáusica blanca, delgada o pequeña, con una menopausia prematura, o que haya tenido amenorrea prolongada premenopáusica, que no ha tenido hijos y tiene una historia familiar de osteoporosis; también elevan el riesgo de desarrollar esta enfermedad algunos factores relacionados con el «estilo de vida» como el tabaquismo, el consumo excesivo de alcohol, el bajo consumo de calcio y la vida sedentaria.
Sabemos, por otro lado, que la fractura es la manifestación clínica más característica de esta enfermedad y que la caída es el hecho precipitante esencial en este tipo de fracturas. Entre los factores que incrementan de un modo determinante el riesgo de sufrir caídas en el anciano tenemos la pérdida de fuerza en extremidades inferiores, y la pérdida de equilibrio y flexibilidad.
Un hueso se rompe cuando ha perdido suficiente masa ósea como para alcanzar su «umbral de fractura». Nos podemos aproximar un poco más a este umbral de fractura con cifras concretas; por ejemplo, personas con una densidad mineral ósea inferior a 1.0g/cm3 en la columna lumbar o 0.75g/cm3 en el fémur pueden ser consideradas como de alto riesgo de sufrir fractura en esos huesos.
Se sabe que la masa ósea de una persona aumenta durante la infancia y adolescencia, alcanza un pico en la tercera o comienzo de la cuarta década de la vida y a partir de ese momento comienza a descender progresivamente. Se han propuesto diferentes estrategias para prevenir esta enfermedad como, por ejemplo, el consumo de una cantidad adecuada de calcio y vitamina D, evitar el tabaco y el consumo excesivo de alcohol; el uso de terapia hormonal sustitutiva en mujeres posmenopáusicas y el ejercicio físico regular.