¿Qué clase de persona eres que no practicas ningún deporte? ¿No sales a correr? ¿No vas a ningún gimnasio? El no-deportista se ha convertido en un espécimen extraño, anticuado, un hombre o una mujer casi despreciables, afeados no sólo por su cuerpo laxo sino por su propia falta de autoestima. El ejercicio ya no es un excéntrico suplemento homeopático o estético, el fitness no resulta una actividad reservada a vigoréxicos, metrosexuales o desocupadas amas de casa, sino un ejercicio de higiene muscular y mental.
Según un estudio del Consejo Superior de Deportes, prácticamente todos los españoles que hacen ejercicio notan una mejoría en su salud y condición física, se socializan con mayor fluidez, están más motivados en el trabajo y han aumentado su satisfacción personal. La mitad incluso asegura haber reducido el consumo de medicamentos. Pero ahora el IVA en los gimnasios ha subido del 8% al 21%. El año pasado Portugal incrementó este impuesto siete puntos más que España, restando 100.000 inquilinos los centros de fitness. Queda ahora por ver el impacto en nuestro país.
La crisis, sin embargo, ha incentivado el deporte. Los ciclistas son ya un enjambre en aumento, así como los runners. Hay fórmulas baratas de quemar calorías, de vivificar la mente. Los parados disponen de mucho tiempo y libre y, además, están faltos de la confianza proporcionada por el deporte. Por otro lado, están dispuestos a hacer lo que sea para superar a la competencia en los procesos de selección de las empresas. Todo el mundo es consciente de que un buen aspecto físico, atractivo y saludable, es un punto a favor en una entrevista de trabajo y ahora no es escatimable ningún plus.
Lo innegable es la multiplicación de gente preparándose para maratones o incluso triatlones. Hoy en las oficinas son recurrentes las conversaciones sobre modelos de pulsómetros, sobre tiempos de carrera, sobre marcas de zapatillas o circuitos donde batirse con uno mismo. Porque el deporte es un duelo personal. La satisfacción que proporciona salir de una clase de spinning o parar el crono después de cuarenta y cinco minutos de footing no está relacionada con vencer a ningún rival externo, sino al mayor de nuestros enemigos: nosotros mismos. Nos retamos con esa parte de nuestra persona odiosa, con el yo abandonado y vago, con un superyo agrandado por las grasas.
Al acudir a un gimnasio o regularizar las salidas a correr, a nadar o a montar en bici, inauguramos una nueva dimensión vital. Una etapa marcada por un novedoso objetivo. El propio ejercicio, basado casi siempre en el sufrimiento, se transforma en una reconfortante batalla interior que se gana cada día, el final de cada entrenamiento y cuya recompensa interior se siente ya en la ducha.
El ejercicio nos pone ante un espejo, sobre una báscula. Nos encara con nuestra figura, pero también con el resto de la gente del gimnasio. No sólo se sufre cierto complejo cuando debemos reducir el peso de la máquina que acaba de abandonar alguien más gordo o más viejo, sino en los vestuarios.
Este es un mes copado de valerosos propósitos, de planes de mejoría y superación. Y aunque no vayamos a hacernos un lifting sexual, aunque no logremos un ascenso ni dejar del todo de fumar, a pesar de que haya un montón de aspiraciones que nunca alcanzaremos, sí podemos empezar a correr detrás de nosotros mismos.